20231021 / Santiago Mazzarovich / adhocFOTOS / URUGUAY / MONTEVIDEO / Acto por el 103 aniversario del Partido Comunista del Uruguay en la Plaza Mártires de Chicago. En la foto: Juntada de firmas para promover un plebiscito sobre el sistema provisional, durante el por el 103 aniversario del Partido Comunista del Uruguay (PCU) en la Plaza Mártires de Chicago. Foto: Santiago Mazzarovich / adhocFOTOS

Ocho firmas indelebles

Gonzalo Perera

Luis Alberto Mendiola Hernández, José Ramón Abreu, Juan Washington Sena Acosta, Elman Milton Domingo Fernández Decchi, Héctor José Cervelli Alsina, Ruben Claudio López Ghersi, Ricardo Walter González Gómez,  Raúl Aparicio Gancio Mora. 

Podrían ser éstos los nombres de 8 trabajadores más que brindan su firma para que la más regresiva reforma jubilatoria sea confrontada con el voto popular. De hecho, debieron haber tenido la oportunidad de intentarlo, más allá de los avatares propios de la vida, los aňos y las leyes de la naturaleza. Pero no la tuvieron. Tampoco pudieron intentar firmar contra los 135 de la LUC, que se me hace que hubieran deseado aportar su rúbrica. Tampoco pudieron ver al Frente Amplio llegar al gobierno, ni a trabajadores como ellos ocupar cargos ejecutivos o legislativos de relevancia a nivel nacional y departamental, en beneficio de la mayoría siempre olvidada. Tampoco pudieron hacer campaña contra la venta de las empresas públicas en 1992, ni tampoco por el voto verde en 1989. No pudieron ver caer la dictadura, ni tan siquiera ser parte de la histórica huelga general que enfrentó al golpe de Estado cívico-militar, el golpe del gran capital con operadores políticos en su inmensa mayoría herreristas y riveristas.

En ninguna de esas ocasiones pudieron dar su testimonio y expresar su voluntad, porque, en el pre-golpe, en el oscuro atardecer que ya como manto tenebroso se cernía sobre el Uruguay desde antes del 27 de junio de 1973, más precisamente el 17 de abril de 1972, fueron salvaje y despiadadamente asesinados, acribillados, en un ataque absolutamente desaforado de las Fuerzas Conjuntas contra el local de la Seccional 20 del  PCU, en el Paso Molino. Local que, ante los vientos con hedor a fascismo que soplaban, en el medio de la orgía de sangre desatada entonces por el gobierno presidido por Juan María Bordaberry y donde un tal Julio María Sanguinetti era destacado ministro, frente a la multiplicidad de ataques (físicos pero también mediáticos, desde los medios hegemónicos de siempre) lanzados in crescendo por el gobierno contra el campo popular, los ocho trabajadores custodiaban, como se cuida y resguarda el propio hogar. Tan demencial fue la balacera que cobró una víctima entre los propios tiradores, que obviamente intentaron difundirla como efecto de alguna respuesta armada que nunca existió, para empezar, por la sencilla razón que  los acribillados no pueden responder, como ocurrió en otros casos de ataques de esos efectivos que en aquel entonces parecían salirse de la vaina para tirar contra humildes trabajadores. Y para seguir, porque todo un barrio vivió una jornada infernal y muchos vieron la bestialidad del ataque, o el dejar desangrarse sin atención a heridos.

El punto es que 8 hombres de bien, trabajadores y luchadores pacíficos y democráticos por las causas más nobles posibles, de esos que, como el Karaí Guazú, pueden decir con autoridad moral “no tengo más enemigos que los que se oponen a la pública felicidad”, lema medular del artiguismo que recuerda permanentemente nuestra portada, deberían haber  culminado su vigilia y volver a sus familias, a sus amigos, sus trabajos, sus compaňeros de militancia. Pero no pudieron hacerlo, y hoy, muy por el contrario, sus nombres se encuentran en el listado de “Asesinadas y asesinados políticos y fallecidos por responsabilidad y/o aquiescencia del Estado (período 1968-1973)”, realizado por el equipo de investigación histórica  de la Secretaría de Derechos Humanos para el Pasado Reciente (https://www.gub.uy/secretaria-derechos-humanos-pasado-reciente/comunicacion/publicaciones/listados-asesinadas-asesinados-politicos-fallecidos-responsabilidad-yo). Mientras tanto, sobre ellos y las víctimas del Terrorismo de Estado del período 1973-1985, quedan aún muchas preguntas sin responder, demasiadas: quién, cuándo, cómo, por qué, bajo orden de quién.

Pero entre tanta pregunta que media para que el tríptico “Memoria, Verdad y Justicia”pueda ser honrado, nos permitimos  aventurar alguna certeza sobre estos ocho nombres tan especiales para las clases trabajadoras y el movimiento popular uruguayo.

La primera, es de toda evidencia: al provocar con inmunda violencia su tan dolorosa ausencia física, hicieron permanente su presencia en la conciencia colectiva. Pero cuidado, no sólo porque los recordemos cuando se acerca la fecha de su martirio, no sólo porque la Seccional 20 sea parte del acervo histórico nacional y un símbolo de la resistencia ante la violencia y autoritarismo del gran capital y sus sirvientes, sino porque sus nombres y su legado  resuenan una cantidad incontable de veces al año, cada vez que la voz del flaco Zitarrosa arranca con “Fruto maduro del árbol del pueblo….” en su conmovedora composición “La canción quiere”. O mucho más aún, cuando esas mismas palabras y melodía las expresan diversos intérpretes jóvenes, con los lenguajes de distintos estilos musicales, haciendo a los ocho parte de su vida y proyectando su continuidad sobre nuevas generaciones. Porque ojo, esas voces jóvenes no desconocen la historia tras las palabras y los acordes a los que recurren. Con ligera licencia de Zitarrosa, no sólo cantan pudiendo, sino que también cantan sabiendo.

La segunda, es que su recuerdo es una verdadera demolición de la teoría de los dos demonios porque no hay cuernos o azufre que expliquen el ataque, cuando hipotéticamente aún el Uruguay estaba en democracia, un ataque brutal y masivo de las fuerzas represivas del Estado contra 8 militantes sindicales y de un partido democrático y pacífico, que nunca fue parte de agresión alguna a la pacífica convivencia, y cuya actividad era simplemente custodiar un local que funcionaba en pleno respeto a las leyes.  El único demonio que asoló el país, el que llevaba al Cóndor a desplegar sus alas asesinas, ya estaba exhibiendo una huella tan imborrable como indiscutible de su presencia y accionar. Ya había dirigentes políticos civiles dispuestos a justificar lo que mandos de las Fuerzas Conjuntas eran capaces de ordenar y sus subordinados ejecutar: asesinar bestialmente a civiles indefensos, que  nunca, jamás, ni a nadie, habían atacado.

Pero para el final, dejamos una certeza que viene del esfuerzo de proyectar el espíritu que los animaba a los días que corren. Tratar de imaginar qué nos dirían los ocho, o mejor dicho, que nos están diciendo con su legado, desde su dar la vida por las causas populares bajo la forma de la lucha pacífica y democrática. No puedo evitar sentir una voz  interna que me dice “terminá de escribir y andá a levantar las firmas contra la reforma jubilatoria que te comprometiste a levantar hoy”. Es una voz íntima, puede ser fruto de mi imaginación, pero surge al pensar en ellos, tratando de traducir, de una manera mínima y modesta, su figura a la realidad en la que puedo actuar.

La lucha pacífica y democrática se homenajea con más lucha pacífica y democrática. La reivindicación de los derechos de los trabajadores y de los sectores populares se honra con las reivindicaciones que hoy son necesarias para la misma clase, el mismo pueblo. El no aflojar ni siquiera ante la bala asesina, aunque es difícil de equiparar, hay que venerarlos insistiendo hasta el último instante en que una firma más pueda ir a una papeleta.

En estos días, muches que intentamos (lejos de toda comparación) ser eco de los mártires de la 20 los honraremos papeleta y lapicera en mano, como si ocho firmas indelebles nos estuvieran guiando.

Foto

Juntada de firmas durante el 103 aniversario del Partido Comunista del Uruguay (PCU) en la Plaza Mártires de Chicago en octubre pasado. Foto: Santiago Mazzarovich / adhocFOTOS.

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