Foto: Whitehouse.gov

El impoluto asesinato

Gonzalo Perera

En la campaña interna del Partido Demócrata de USA hacia las elecciones de 1988 (las que elegían al sucesor de Ronald Reagan, nada menos) el senador por el estado de Colorado, Gary Hart,  de 50 años, parecía “numero puesto”: habiendo sido ya precandidato en el período anterior, en todas las encuestas marcaba unos 20 puntos de ventaja sobre sus adversarios, hasta que el Miami Herald primero y el National Enquirer después,  pusieron en evidencia su relación extramatrimonial con una joven modelo de 29 años. De su entonces amante, poco se ocuparon los medios, como si hubiera sido producto de deshecho circunstancial. El, desapareció de la escena política.

Si algo uno asocia a JFK, el único presidente del clan Kennedy, no es su invasión a Bahía de Cochinos, o su puesta al mundo al borde de la crisis nuclear, ni su rol en la guerra de Vietnam, ni siquiera sus vínculos con la mafia, ni aún su espantoso asesinato en Dallas, sino sus varias historias de amoríos extraconyugales entre los cuales seguramente el nombre de Marilyn Monroe ocupa un lugar medular. Al igual que en la biografía de su hermano Robert “Bob “Kennedy, asesinado brutalmente apenas un lustro después.

Más recientemente, si algo se asocia con la presidencia de Bill Clinton, no son los desastres humanitarios provocados en sus aventuras guerreristas en los Balcanes, sino sus historias íntimas con una becaria de la Casa Blanca, que estuvieron a punto de costarle el cargo.

En estos días, Donald Trump comparece ante la justicia por haber intentado tapar con dinero un escándalo sexual con una joven, lo cual lo puede poner en el sitial del primer presidente de USA a ser llamado a responder ante un jurado. 

Uno no puede menos que asombrarse que no ha sido objeto de convocatoria de similar rigor algún “detalle “como: a) Su criminal negacionismo frente a la pandemia del COVID-19. b) Su criminal aliento al supremacismo blanco, no casualmente acompañado del asesinato de George Floyd y el movimiento “Black lives matter”. c) Su asqueroso recrudecimiento- sádico y bestial- del bloqueo a la hermana Cuba y, queda claro, al pueblo de Cuba, del que tanta pavada se dice y tan poco se evalúa su grado de agresión permanente. d) Su aliento directo a la “toma del Capitolio”, protagonizada por muy bien organizados energúmenos que estuvieron a un tris de intentar colgar a su vicepresidente Mike Pence por no negarse a habilitar la transición entre el poder y el poder, de su versión republicana, a su versión demócrata.

De esa larga lista de horrores, lo peor de Trump parece ser su aventura sexual, confirmando que la enorme hipocresía de la opinión pública mayoritaria en USA, no sólo perdona, sino celebra, bombas atómicas, armamento nuclear, “ataques preventivos”, salvajes invasiones, asfixiantes bloqueos, asesinatos extraterritoriales, impulso a dictaduras bestiales, pero nunca perdona historias de desborde sexual o camas demasiado calientes en sus líderes.

Entendámonos: nadie aplaude las “proezas” sexuales de los poderosos, pues casi todas tienen una componente de uso abusivo del poder sobre otra persona (en particular mujeres), que difícilmente puedan defenderse, salvo arriesgar hasta las propias vidas.

Sin embargo, parece claramente demencial que estos hechos, insistimos, en muchos casos condenables, adquieran relevancia superlativa, mientras que actos de genocidio, que no hay otra palabra para describirlos, desencadenados por los mismos calenturientos presidentes, no sólo no sean condenados por la sociedad que los alberga, sino que los aplaudan, se los considere causa nacional y se hable de “nuestros muchachos” para sostener tropas que protagonizan las invasiones y ocupaciones, o se coloque a la entrada de tantas casas, la bandera de USA como muy claro mensaje de apoyo y sustento a esa presencia, siempre invasora, saqueadora, siempre arrasadora y asesina, torturadora, al menos de 1950 en adelante (para poner una referencia indiscutible), de los pueblos del mundo.

El entramado que construye el escándalo sobre horas de pasión sexual “de trampa” y consagra la más absoluta indiferencia hacia las décadas permanentes de violencia aberrante hacia otros pueblos bajo consagración patriótica, es un caso de hipocresía y doble moral, más aún, de doble personalidad, digno de estudio, que no pretendemos abarcar en su complejidad, pero sí al menos dejar apuntado.

No es posible ignorar en esa actitud las viejas raíces previas a la guerra de la Secesión del siglo XIX, donde el sur esclavista, un modelo netamente feudal de producción, enfrentaba al norte ya más volcado a la revolución industrial. La presencia de la bandera del Sur en las fétidas manifestaciones de los supremacistas blancos (ya no restringidos al tristemente célebre Ku Klux Klan), es confesión de parte y relevo de prueba.

Tampoco es posible ignorar, Max Weber mediante, la lógica del protestantismo con su consagración ética del trabajo (y su funcionalidad al capital) como forma, sin íconos ni barrocas liturgias, de hacer primar el rendimiento al sistema por encima de cualquier inquietud espiritual, por más bien intencionada que ella estuviera.

Pero el punto central aquí, con el mayor respeto a las mujeres afectadas y abusadas por décadas de mandamases yankees, es hacer algunas preguntas. Dada la situación judicial de Donald Trump, que está (muy justificadamente) en cuestión, y dados todos los antecedentes antes citados, sin minimizar ninguno de los hechos que afectan intangibles como la vida de una persona (mujer, no casualmente), parece de orden dar respuesta a algunas preguntas que, al menos aproximadamente, son numéricas, como por ejemplo:

a) Los casi 2 millones de CIVILES vietnamitas muertos en la invasión yankee a Vietnam.

b) La sangría al pueblo cubano, estimada por estadísticas oficiales en al menos 150 mil millones de dólares, para una población promedio de 11 millones de personas (lo cual corresponde a unos 13.700 dólares por habitante).

c) Los bombardeos atómicos a Hiroshima y Nagasaki, entre el 6 y 9 de agosto de 1945, causantes de al menos 250 mil muertes inmediatas, y tantas más por enfermedades crónicas.

d) La guerra de Bosnia y Herzegovina, que bajo el mandato de Bill Clinton en USA, escaló a entre 100 mil y 250 mil víctimas civiles.

e) Disculpen, pero se impone: el Plan Cóndor de Kissinger (¡Premio Nobel de la Paz!) y otros seres inhumanos al servicio del plan genocida continental, que, aproximadamente cobrara 100 mil vidas.

El punto aquí es muy simple. Nadie niega el rechazo el abuso de posiciones dominantes para obtener favores sexuales, son un regreso a los tiempos de monjes enfermizos de la Inquisición “redimiendo “jovencitas. Más allá de las relaciones adultas libremente establecidas, nadie duda que estamos hablando en su gran mayoría de relaciones cuasi forzadas desde el poder patriarcal.

Ahora bien, si la sensibilidad ante eso hechos es saludable, cuesta entender los números astronómicos de vidas cobradas por la necesidad de desarrollo del complejo armamentista de los USA como única tabla de salvación, dada su cada vez más decadente economía y a esta altura, también las finanzas de la Reserva Federal (indicadora del valor del dólar a nivel mundial, entre otras cosas).

Pero lo que más choca, evidentemente es la doble moral: la práctica sexual íntima de un personaje político es tema de libros mientras la acción asesina del imperialismo que derrama muerte en el mundo, no.

Muy difícil de entender, hasta para un honesto yankee.

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