“La presión en la educación pública y a toda forma de libre expresión popular organizada se lanza a pleno”
Una nave en medio del mar, desde la antigüedad, vaya si merecía atención para ubicarse, desde la interna de su tripulación. Por eso, en jerga marinera, la parte delantera se llama proa y la posterior popa, y, mirando de popa hacia proa, la derecha estribor y la izquierda babor. Uno podría decir, extrapolando levemente, que cuando la inmensidad te envuelve, si se mira hacia adelante, babor es la izquierda. Las referencias, en un grupo humano en movimiento, son esenciales.
En una inusual editorial de El País escrita por una de sus propietarias, el 3 de julio de 2013, la señora Julia Rodríguez Larreta respondía tan reactiva como un resorte ideal a unas muy compartibles declaraciones de Gabriel Mazzarovich sobre la (entonces en discusión) Ley de Medios de los gobiernos del Frente Amplio: “Si la izquierda no se mete con los medios, habrá pasado por el poder sin rozarlo”. Culminaba su enojo literario calificando a Gabriel como digno discípulo del comunista italiano Antonio Gramsci, calificativo envidiable y para encuadrar para muchos, pero que para quien inusualmente esgrimía la pluma del medio que defendió todas las dictaduras de la historia del Uruguay e ainda mais, constituía un insulto. Léase: Gramsci, o ser discípulo suyo, era entonces un agravio a estribor.
Más recientemente, el Instituto Manuel Oribe, que intenta ser espacio de elaboración intelectual sistemática del Partido Nacional convocó, el 29 de junio de 2021, a un concurso de ensayos sobre Gramsci, con la especificación de “Análisis de la influencia de este intelectual marxista en la izquierda uruguaya, desde 1960 a la fecha” y ofreciendo un apreciable premio monetario al ganador.
Así que Gramsci seguirá en el tapete a estribor, pero pasando de aderezo de insulto a objeto de estudio, viraje que merece atención.
Hablar de Gramsci es analizar los procesos de construcción de hegemonía, y ante ese dato, lo anterior adquiere una relevancia mayor.
No es lo mismo dominación que hegemonía. Sin entrar en sutileza alguna, la dominación es una estructura con base material objetiva, que puede sostenerse por la vía de la represión, o al menos coacción o disuasión. La hegemonía es una instancia superior, por la cual, sobre esta base material y objetiva, por medio de fenómenos culturales, donde los medios de comunicación de masas juegan un rol preponderante, el dominado llega a hacer subjetivamente suyos el pensamiento, los criterios de análisis y en última instancia, la defensa de los intereses de quien lo domina. Una carta central en dicha construcción es el llamado “sentido común”, conjunto de “axiomas societarios” que en realidad reflejan lo que debe ser indiscutible para salvaguarda de las clases dominantes.
Si con la proa al futuro, a estribor se habla de Gramsci, hay que prestar atención.
Además de los medios de comunicación de masas, la reflexión gramsciana dedicó un espacio central a la intelectualidad, al mundo de la cultura, a la educación, al arte.
Veamos a dónde se encamina el gobierno de quienes por la banda de estribor resolvieron estudiar a Gramsci.
Resulta que se dedican a reprimir en las escuelas (¿“Viva el Frente Amplio”?) , en educación media (profesores sumariados), en la UdelaR ( crítica a cartelería gremial externa en locales universitarios) y un muy largo etc., contando, en muchos casos, con respuestas dignísimas y ejemplarmente firmes. No hay que ser muy sagaz para entender que el objetivo último de estas presiones es lograr la autocensura de los distintos colectivos rebeldes. Vale recordar que ése es el non plus ultra de la represión: cuando ya no hace falta amenaza externa, pues está internalizada en la comunidad objetivo.
Se ha dedicado espacio de los medios de comunicación de masas, en reiteración que ninguna letanía conocida equipararía, al riesgo de ser agredido, robado o violentado. Tanto, como para afectar el sentido común e instalar, al menos en parte, al menos dejando la duda en muchos, si no sería “de sentido común” emprender a chumbazos ante quien cruza el terreno propio o toca alguna pertenencia, aunque no haya huella visible de un intento de agresión.
Este último punto es particularmente interesante, pues pone en contexto adecuado el esfuerzo realizado para llevar a Referéndum los 135 artículos medulares de la Ley de Urgente Consideración. Porque no nos alcanzaron, por muy poco, los votos para tumbarlos y más de uno puede entonces pensar si valió la pena tanto esfuerzo. Y sin discursos facilistas, vaya si valió la recorrida de todo el país para compartir con muy poco menos de media ciudadanía, incluyendo la mayoría de los más jóvenes, de que no puede ser parte de ningún “sentido común” disparar a muerte a un vecino trepado a un techo o reventar a patadas al de la casa de al lado por su “apariencia delictiva”.
No se cuestionó el artículo X: se desafió una laboriosa construcción hegemónica.
No salimos solamente a pedir el voto por el Si y la derogación de 135 espantosos artículos. Salimos a refutar lo que dicta ese “sentido común”, el que responde como relojito a los intereses dominantes, el que se instala sobre todo desde los grandes medios de comunicación, en tertulias, charlas de café, programas de “humor”, “deportivos” y un interminable etc.
Salimos a pelear contra una derecha que ahora estudia a Gramsci y la construcción de hegemonía, y contrahegemonías y que, por lo tanto, es mucho más peligrosa que antes. Ante la cual, si la línea defensiva la replegamos, seremos arrollados. Nunca, salvo que ya no quede alternativa, se defiende la última línea: siempre hay que parapetarse bastante más adelante.
La lucha por el pensamiento joven, por alguna forma de intelectualidad, por la relectura de los derechos asociados a las temáticas de género o de diversidad, por la revisión del terrorismo de Estado, incluyendo provocaciones como la reciente reivindicación de los 50 años de la declaración del Estado de Guerra interno por el gobierno de Juan María Bordaberry, etc., forma todo parte de una descarga de artillería de una nave que puso proa a la dominación más brutal, con atenta mirada a Gramsci, siempre a estribor.
Por eso se pelea en las áreas que se describieron y con tanta dureza. De casual o accidental, nada.
El arte, más si es expresión popular, es un objetivo en primera línea de tiro para la ofensiva de gramscianos a estribor. Con todo el respeto por la persona involucrada… ¿Alguien puede acaso pensar que es una mera coincidencia que el diputado que se proponía disputarle el Carnaval a la poesía popular y contestataria, sea el mismísimo propulsor, a nombre del “laicismo”, de una fuerte represión a la libertad de expresión de los movimientos gremiales en la educación pública, en sus más diversos niveles?
Lo que tiene cuatro patas, muge, come pasto y da leche, suele ser una vaca. Casi una década atrás, una propietaria del medio más alineado contra las mayorías populares del Uruguay, usaba a Gramsci para degradar, pero no lo ignoraba. Recientemente, la rancia derecha se puso a estudiar a Gramsci, seriamente, sin dudas. Paralelamente, la presión en la educación pública y a toda forma de libre expresión popular organizada se lanza a pleno. Si se llegó a prohibir la imagen de la Pantera Rosa y a las murgas rochenses, ni siquiera el ridículo pudo poner un punto de “Pare” a los delirios del poder.
Los piratas y corsarios son los mismos. Los conquistadores y los explotados, también. Pero somos muchos para defendernos y a puro esfuerzo compartido, poner proa a nuevos rumbos, con Gramsci a babor.
Gonzalo Perera