Lula Presidente

La esperanza venció al miedo.

Mateo Grille (*)

El miércoles amaneció con un cielo plomizo en San Pablo. La lluvia cayó persistente sobre la ciudad y las previsiones climáticas no daban tregua: así seguiría durante toda la jornada. El jueves también llovió, aunque menos, y de a poco se fue despejando el cielo para amanecer el viernes con un sol radiante y una temperatura más agradable. Como una analogía parcialmente forzada el clima sirve para describir las últimas horas tras la victoria de Lula. Los que pudimos compartir esa celebración con tintes épicos donde dos millones de personas se fundieron en una masa compacta entre abrazos, besos, llantos y sonrisas mientras escuchaban esa voz áspera y sin oropeles decir que él mismo era la resurrección y aunque quisieron enterrarlo vivo ahora estaba ahí, de vuelta, para gobernar el país por tercera vez, no lo olvidaremos. Como no olvidamos la primera vez que lo vimos en la frontera de Rivera y Santana do Livramento, en 1994, cuando unos pocos cientos de uruguayos viajamos en unos ómnibus medio destartalado tomando mate con cachaza, expectantes por la posibilidad de que un obrero metalúrgico de voz inconfundible llegara al gobierno del país más grande del continente. Aquello parecía una rareza para los ojos de un jovencito de 16 años, casi un accidente en la historia, pero al fin y al cabo ya había sido posible trazar la épica en nuestro propio terreno y un indio de La Teja gobernaba Montevideo con singular éxito, rompiendo la hegemonía conservadora al menos en la capital en el medio de un maremágnum planetario por el suicidio de la URSS. Era una rareza que ocurriera en Brasil, pero una hermosa posibilidad. Aquella plaza no estaba abarrotada de gente, el estrado era la chata de un camión desvencijado y los que fuimos recordamos la noche, algunos gritos de radicalismo infantil, la sorpresa por el estilo del presentador, la olla popular y los colchones en la sede del SUNCA, la visita al campamento del MST y aquellas consignas que luego se hicieron familiares: “Lula lá e Olivio aquí” y “Olé, olé, olé, Lula, Lula”. Aquella noche no la olvidamos porque el devenir la marcó a fuego. Casi 30 años después otra noche se imprime en el corazón. 

Historia de una indignación fogoneada

El cielo relativamente despejado del domingo pasado protegió a la multitud paulista que pudo desatar sin culpa un festejo largamente postergado que fue maridando frente a sucesivos contratiempos. Primero fueron unas marchas travestidas de indignación clasemediera y blanca por un ridículo aumento del boleto urbano, después se fogonearon movilizaciones contra el mundial de 2014 y el gasto excesivo que el gobierno liderado por Dilma Rouseff habría destinado para construir estadios. Ya con el terreno de la deslegitimación suficientemente abonado los indignados comenzaron a mostrar su verdadera cara corriendo el límite de lo posible muy a la derecha. Las marchas enfundadas con los colores de la bandera brasileña en pretendida fusión semántica de simple comprensión, nada de locas ideas foráneas, nada de experimentos rojos, Brasil por acima de tudo, Deus, família e propiedade, mensalão, Dirceu ladrão, muerte al PT, pedalão, prisião pra Dilma, Impeachment, ¡Chau querida!, vai pra Cuba, nao comunismo, corrupção, Aló Temer, Odebrechet, Lava Jato, Moro, prisão pra Lula, y Aló Jair Mesiás. La secuencia permite recuperar palabras que fueron empedrando el camino hasta nuestros días. Nada fue casual y era evidente desde el inicio muy a pesar de muchos, que hoy por suerte festejan, pero que en estos años guardaron las banderitas en un cajón y bajaron la mirada porque no creen en teorías conspirativas. ¡Si habrá que hacer autocrítica! Lo cierto es que el pasado domingo la multitud escuchó apasionada al hombre de voz ronca estableciendo las prioridades que tendrá el nuevo gobierno.

Contra el hambre

En primer lugar, el nuevo gobierno pretende proteger a los más perjudicados por la política de destrucción económica llevada adelante por los gobiernos de Temer y Bolsonaro. Sobre todo porque esa política está hecha a medida de los sectores económicos que manejan el gran capital, es decir, la gran burguesía nacional y la oligarquía cipaya que tanto allí como acá, y como en cualquier lugar, mira su propio ombligo insaciable, acumulando hasta el hartazgo la riqueza que otros producen condenando a la gran mayoría a subsistir a duras penas, cuando  no directamente a mendigar. Dijo Lula: «No podemos aceptar como normal que millones de personas no tengan que comer o que consuman menos de las calorías que necesitan». “Es inconcebible que un país como Brasil, que es una de las mayores potencias agropecuarias del mundo, el tercer mayor productor de alimentos y el primero de proteínas animales, no pueda garantizar que todos los brasileños tengan diariamente un desayuno, un almuerzo y una cena. Este será nuevamente el compromiso número uno de mi Gobierno», agregó. 

En segundo lugar, hay que pacificar el país. «A partir del 1° de enero de 2023 gobernaré para 215 millones de brasileños, y no sólo para los que me han votado. No hay dos países. Somos un Brasil, un pueblo, una gran nación», dijo el presidente electo y agregó: “este pueblo está cansado de ver al otro como enemigo. Es hora de bajar las armas”. “A nadie le interesa vivir en un estado permanente de guerra» y «es necesario reconstruir este país en todas sus dimensiones. La mayoría del pueblo dejó bien en claro que desea más y no menos democracia, más y no menos inclusión social, más y no menos respeto y entendimiento entre los brasileños», enfatizó. 

En tercer lugar, recuperar empleos y reducir la desigualdad: «El pueblo desea más libertad, igualdad y fraternidad en nuestro país. El pueblo quiere comer bien, vivir bien, quiere empleo bien remunerado, quiere políticas públicas de calidad, quiere libertad religiosa y libros en lugar de armas”.  

Y en cuarto lugar, buscará que los brasileños vuelvan a soñar con un Brasil potencia. Dijo que luchará por una nueva gobernabilidad global, por la inclusión de más naciones al Consejo de Seguridad de la Organización de Naciones Unidas, poner fin al derecho al veto  y afirmó que su gobierno está dispuesto a retomar su papel de líder en la lucha contra la crisis climática, protegiendo especialmente la selva amazónica. «Bajo nuestro gobierno, dijo, pudimos reducir la deforestación en el Amazonas en un 80%. Ahora vamos a luchar por la deforestación cero». Y en ese plano internacional fortalecerá la integración regional y los organismos latinoamericanos que existen para tal fin como Mercosur y CELAC y será la voz de América Latina en foros como los BRCIS, que representan a varios países del llamado Sur Global. O sea, el país ya no será un paria mundial y se pondrá a la cabeza de los procesos de integración continental. 

Bolsonaro no admitió la derrota

Naturalmente, semejante cambio de escenario no será fácil, ni es probable que se logre en cuatro años. Contará con una oposición interna feroz comandada por una pléyade de ultraderechistas y fascistas liderados por Jair Bolsonaro. Si eso condicionará al gobierno al punto de no poder cumplir sus promesas, no lo sabemos. Lula se ha destacado por ser un gran negociador, y los múltiples partidos que tienen representación parlamentaria en Brasil frecuentemente aceptan negociar para seguir subsistiendo. No lo sabemos, pero en estos dos meses hasta que se concrete la asunción iremos develando el misterio.

La reacción del actual presidente Bolsonaro estuvo a la medida de su personaje. Tardó en comparecer ante los brasileños más de 40 horas y lo hizo con un discurso leído de poco más de dos minutos donde no admitió la derrota, no nombró al ganador, no condenó los bloqueos de rutas sino que los justificó y dijo que ahora lidera una fuerza de casi 50 millones de brasileños con un perfil muy violento. 

Miles de sus seguidores reaccionaron al resultado bloqueando centenares de rutas en todo el país con más de quinientos cortes e incluso llegaron a participaron en concentraciones para pedir una intervención militar. La intensidad de las medidas planteó un escenario alarmante para cualquier fuerza democrática del mundo. La presión en las calles no pareció espontánea sino cuidadosamente planificada  pero fue bajando en cantidad. Hasta el miércoles se concentraban en Acre, Amazonas, Bahía, Espírito Santo, Goiás, Minas Gerais, Mato Grosso, Mato Grosso do Sul, Pará, Pernambuco, Paraná, Rondônia, Roraima, Rio Grande do Sul, Santa Catarina, São Paulo e Tocantins. El jueves el panorama había cedido aún más y los cortes se ubicaban en seis estados y el presidente del Tribunal Supremo Electoral, Alexander de Moraes, reiteró que quienes continúen cortando rutas serán tratados como criminales, por lo que es previsible que la intensidad y frecuencia siga disminuyendo. La presión interna y externa, los organismos nacionales y las personalidades internacionales e incluso aliados y gobernadores seguidores de Bolsonaro, fueron suficientemente persuasivos para que el mandatario brasileño, derrotado, emitiera un nuevo comunicado esta vez condenando los cortes. De todas maneras la demostración de fuerza fue hecha y se especula que la intención es negociar los términos de su retirada porque aún existen algunas decenas de causas penales por las que debería responder a partir de que termine su mandato. 

Ya con el escenario golpista en aparente retirada comenzará formalmente la transición. El jueves se debían reunir el Jefe de Gabinete, Ciro Nogueira, designado por Bolsonaro para la tarea, y el vicepresidente electo, Gerardo Alckmin. Del primer encuentro también participarían la presidenta del Partido de los Trabajadores, Gleisi Hoffmann, y el coordinador del programa de gobierno de Lula, Aloizio Mercadente.

Mucho, muchísimo será lo que hay que trabajar y los brasileños lo saben mejor que nadie.  El país está efectivamente dividido en dos. Lula se convirtió en el primer presidente en la historia brasileña en obtener el cargo por tercera vez y Bolsonaro en el primero en no repetirlo desde que existe la reelección, pero está al frente de un movimiento muy peligroso. La tarea de pacificar el país parece impostergable y la necesidad de recuperar el derecho a comer todos los días no permite demora alguna. Los desafíos son enormes y se ubican en la exacta dimensión de los sueños, esos que por millones coparon la Avenida Paulista en la noche del domingo y devolvieron al primer plano la consigna del primer mandato: La esperanza venció al miedo. 

(*) Enviado especial a la segunda vuelta electoral en Brasil.

Foto de portada:

Festejos en las calles de Brasil. Foto: Ricardo Stuckert (Vermelho.org.br).

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