Monarquía, república y Ley de Medios
Por una semana, desde el jueves 2 de junio, en el Reino Unido, sus territorios de ultramar, y en los países de la Mancomunidad de Naciones (excolonias), se ha estado celebrando el Jubileo de Platino de la reina Isabel II. En muchos actos y protocolos, la monarca de 96 años de edad, está celebrando 70 años en el trono, siendo quien más tiempo lo ha ocupado en la historia de la monarquía británica.
El concepto de una anciana (y toda su familia) viviendo en la más absoluta opulencia, regada de privilegios, venerada como casi una deidad por decenas de millones de personas, solamente por el mero hecho de ser la hija mayor de Fulano de tal, es algo muy ajeno al espíritu republicano que caracteriza la sociedad uruguaya (o al menos que debería caracterizarla). Si se le agrega el nada menor condimento que “las joyas de la corona”, el enorme capital de la familia real británica, está regado por la sangre de todos los pueblos que colonizaron, explotaron y esclavizaron, la ajenidad se vuelve asco. Si a esto agregamos la sangre de los “pibes”, los chiquilines argentinos que “haciendo la colimba” (servicio militar obligatorio), fueron a pelear la guerra de Las Malvinas, donde muchos dejaron la vida en desigual combate con soldados profesionales británicos, muchos otros quedaron en el Atlántico Sur, fuera de la zona de guerra, cuando en un acto criminal la flota de “su majestad” hundió al Crucero General Belgrano, el asco se vuelve ya indignación. Para mi generación, no se necesita ser de izquierda, sino que alcanza con no ser cipayo, para estar convencido de que, si bien la aventura militar de Galtieri y la junta militar argentina fue una locura, Las Malvinas fueron, son y serán argentinas, parte de América Latina y no otra posesión más de “su majestad”.
Pero hay centenares de millones de personas en el mundo que creen que por ser “hijo(a) de” y por una suerte de mandato divino, una persona merece poder, veneración, lujo y gloria por toda su vida, que viene del sudor y la sangre de todos los simples mortales que se rompen el alma día a día.
No hay una única forma de gobernarse, está claro que hay fenómenos culturales muy profundos implicados y también realidades geopolíticas que condicionan. Pero que la mera genética determine no sólo el poder político, sino la opulencia obscena y la idolatría, es para nosotros, un retroceso al medioevo.
Uruguay por nombre es una república, según su constitución y por los valores republicanos que comparte la mayoría de nuestra sociedad uruguaya, también. Pero a veces se debe poner en sana duda si somos realmente una república o si tenemos nuestras dinastías por derecho divino, un poco menos opulentas y glamorosas que las de los monarcas europeos, pero no menos absurdamente privilegiadas por mera cuestión de herencia.
Nuestros Borbones, Windsor y Habsburgo en miniatura son los grupos económicos de fuerte origen y vinculación familiar, alto nivel de asociación entre sí (y con el reducido grupo de grandes capitalistas del Uruguay, del origen que sean) que ejercen, generación tras generación, la propiedad de la inmensa mayoría de los medios masivos de comunicación. Lo cual significa enormes ingresos, aunque lloren lágrimas de cocodrilo cada vez que alguien ose pretender cobrarles algo por el uso privado de un bien público, como lo es el espectro radioeléctrico, el conjunto de frecuencias que hacen posible la operación de los diversos medios de comunicación social, desde los más antiguos y simples a los más recientes y sofisticados, según la “banda”(conjunto de frecuencias) que resultan más apropiadas para las distintas tecnologías.
Para ser más claros, imaginemos que se trata de gestionar nuestras aguas soberanas en el océano, con zonas de diversa profundidad y características, más adecuadas para la pesca de ciertas especies o de otras, pero en las cuáles sólo pudieran pescar siempre los mismos pocos, básicamente a cambio de nada, generación tras generación. Una locura, pues las aguas soberanas son propiedad de todos, claramente. Donde dice “aguas soberanas” lea “espectro radioeléctrico”, donde dice “zonas de diversa profundidad y..” lea “bandas” y donde dice “pescar”, lea “operar un medio de comunicación” y no hace falta ningún tecnicismo para entender lo medular.
Además de generar fortunas, los grandes medios de comunicación de masas son una herramienta fundamental en la construcción del pensamiento hegemónico, en ”comer las cabecitas” para instalar el “sentido común”, que hace que el explotado considere normal, natural e indiscutible la lógica que garantiza la perpetuación de su explotación.
Como muchas cosas, las medidas dispuestas en los 15 años de gobierno del Frente Amplio (FA) en materia de regulación de los medios de comunicación podrían haber sido mejores y no vamos a discutir eso. Pero no quita que marcaran “un antes y un después”. Concretamente, la habitualmente llamada “Ley de Medios”, más formalmente “Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual”, aprobada en los gobiernos del FA fue, por primera vez, un “parate” a la omnipotencia de nuestras dinastías mediáticas. La propiedad de medios ya no podía ser ilimitada, la adjudicación de frecuencias (una “zona de pesca” en nuestra alegoría) ya no se podía hacer de manera arbitraria o por amiguismo, sino por concurso, se regularon contenidos, con particular énfasis en lo educativo, el interés comunitario, en la mayor amplitud de la expresión de opiniones, en la protección de menores, en evitar los increíbles abusos publicitarios a los que fuimos sometidos por décadas. No fue la toma del Palacio de Invierno, pero marcó un “ahora se juega con otras reglas” y poca gente se enardece más fácilmente que el que se considera intocable por alguna suerte de derecho divino. Los que invocan el “legado de décadas”: léase el apoyo a la dictadura y a todos los gobiernos neoliberales. O el esfuerzo y sacrificio de invertir en el país: léase reproducir “enlatados”, en su mayoría de triste calidad, a costo casi nulo, durante décadas en que programas y publicidad iban en relación casi paritaria. O la contribución a la libre expresión de ideas: léase dar micrófonos y espacios muy distintos a unos que a otros, léase censurar el video de Sara Méndez en el tramo final de la campaña del “voto verde”.
En estos días, el Director Nacional de Telecomunicaciones, Guzmán Acosta y Lara ha anunciado que se introducirá un artículo en la Rendición de Cuentas derogando la “Ley de Medios” del FA y por lo tanto restituyendo a borboncitos, windsoritos y habsburguitos la plenitud de sus privilegios. La Rendición de Cuentas, herramienta de ajuste presupuestal, se usaría para cambiar radical e involutivamente, un área tan delicada como la de los medios de comunicación social y su (des)regulación. Pero claro, del gobierno del Partido Nacional, donde revistaran tantos ilustres juristas, dicho esto con el mayor respeto y sin media pizca de ironía, en su versión surfista y multicolor, fue que salió el mayor esperpento jurídico en la historia de la democracia uruguaya (la LUC), por lo cual, nadie puede sorprenderse ahora que en materia legislativa cualquier dislate sea planteable.
En este tema, una vez más, no hay matices: hay que enfrentar claramente a la derecha. Porque no queremos dinastías en el Uruguay, este descaro no puede seguir adelante. Basta ya de todo a cambio de nada. Basta ya del vale todo para algunas dinastías.
Porque ni somos monarquía ni es momento para una suerte de Jubileo multicolor.
Gonzalo Perera