Obrera de la curtiembre: “Herimos de muerte a la dictadura”

Paola Beltrán

Amalia Almerya tenía 22 años cuando inició la Huelga General. Trabajaba en la curtiembre “Montevideo» que quedaba en la calle Barros Arana (Flor de Maroñas, Montevideo) que, en aquella época, estaba poblada de fábricas de curtiembre y también algunas metalúrgicas y fábricas químicas. 

Amalia era estudiante del IAVA y su madre, debido a la gran crisis económica que azotaba a su familia, al igual que a la de miles de otras familias, salió a trabajar. Un día la fue a buscar y el capataz de la curtiembre la vio y le ofreció trabajo, ella aceptó para ayudar en la economía familiar y a los seis meses ya estaba vinculada al Sindicato. 

En su fábrica conoció un mundo nuevo, el del obrero. En su mayoría analfabetos, trabajando en condiciones muy duras, muchos de ellos desde adolescentes, como su compañero de vida que había arrancado cuando tenía 14 años. Ella era peona. 

“Me fui metiendo, venía con un origen libertario, no políticamente definido, pero libertario por parte de mis padres. Mi madre había sido textil y mi viejo era carnicero, pero también había trabajado en la industria frigorífica y odiaba a los carneros, era una cosa que la tenía metida así, desde que era pequeñita”, explicó.  

No fue espontáneo

“Entré en la época que se estaba organizando a los trabajadores de la curtiembre que tenían un sindicato que era autónomo, no era afiliado a la CNT, y los compañeros metalúrgicos, textiles iban continuamente a ayudarnos, a explicarnos y todo eso hizo que en seis meses ya estaba metida en la cuestión del sindicato”, relató sobre el proceso organizativo. 

“Eso en el año 69, por lo tanto, todo eso que a veces cuentan, que fue un proceso como espontáneo la ocupación, yo les digo, rotundamente, que no, porque yo entré a trabajar y cuando me uno al sindicato, lo primero que aprendí es que frente a un Golpe de Estado había Huelga General. Y esto lo quiero rescatar porque en realidad la historia la va contando gente que capaz que ni pasó por esas cosas”, afirmó. 

Cuando ocurre el golpe Amalia estaba embarazada, relata que estaba en su casa con su compañero escuchado “la 30” la información de la disolución de las Cámaras y entonces “mi compañero se levanta y me dice «me tengo que ir que tenemos que armar la ocupación» y se fue en bicicleta, vivíamos frente a la FUNSA, así que mi primera visión del día del Golpe fue ver a los obreros de FUNSA ocupando con los carteles. Fue impresionante y después arranqué caminando a la fábrica para ocuparla”. 

“La vivencia fue impresionante; ver compañeros que no querían saber nada con el Sindicato, enfurecidos, no queriendo abandonar cuando te venían a desalojar la fábrica. Mi experiencia fue una experiencia de militancia, de compromiso como el de miles y miles de trabajadores y de vecinos”, recordó. 

El papel de los vecinos y vecinas

Un elemento fundamental para sostener tanto tiempo la ocupación fue el apoyo de los vecinos y vecinas, al respecto destacó que “no se si hubiésemos aguantado 15 días sin ese apoyo, a nosotros nunca nos faltó comida para la olla, los que nos denunciaron fueron los patrones que dieron la lista de los que integrábamos el sindicato”, afirmó.

La segunda semana de ocupación, al tener a su compañero detenido y estar ella embarazada, no le permitieron seguir ocupando, era muy riesgoso, pero Amalia no se detuvo “seguía haciendo militancia con las otras fábricas de nuestra zona”. 

¿Cómo era el paisaje de la ocupación, las cosas que se escuchaban, lo que la gente comentaba?

Lo que te puedo decir es que en un principio, a veces los más jóvenes no teníamos la cabal idea de lo horrendo que era lo que había pasado, teníamos como un entusiasmo, al menos donde yo estaba trabajando, un rechazo a tener que dejar de ocupar pero todos acataron porque entendieron que salían las fuerzas conjuntas a reprimir por todos lados y la noticias eran que habían caído los compañeros de un lugar, de otro, de otro, yo lo recuerdo como un momento de lucha efervescente, capaz fue una sensación propia de la edad. Pero era lo que yo sentía. 

Sentía que la gente decía «vamo arriba, vamo arriba», la inmensa mayoría, mis vecinos acá, sigo viviendo en el mismo lado, porque después que terminó la Huelga tuve que dejar el apartamento y volver a la casa de mis padres, y los vecinos apoyando, apoyando. Y obviamente todos los que estaban a favor de los milicos te miraban de costado. Fue un clima de lucha, de convencimiento de que teníamos razón y que no podía ser, y también un sentimiento espantoso cuando entramos a trabajar de vuelta, de derrota. 

Porque imagínate que nos manejábamos con la radio y los diarios y eran las noticias de cómo iban cayendo, como iban poniendo fuera de la ley a los dirigentes sindicales, pero el hecho de entrar a trabajar, como decía uno en la fábrica «con la guampa caída», fue una sensación terrible. 

Para los que estábamos en los sindicatos peor todavía, porque en realidad la gente en un primer momento, la sensación que tenía era de injusticia de haber perdido y que se nos venía una noche muy negra. No puedo recordar al Uruguay en otros colores que no sean los grises, después yo me fui para la Argentina a vivir, estuve cinco años allá, pero el sentimiento de ver aquello como gris, como una tristeza brutal para la clase trabajadora y también las patronales que inmediatamente empezaron a hacerse los vivos con las conquistas, con todas las cosas y tenías que agachar la guampa, porque tenías que comer. 

Yo miro siempre desde el lugar de mi experiencia, porque era gente (sus compañeros de la fábrica) que se habían iniciado hace poco en la cuestión de los sindicatos, de estar organizados, de hablar de lucha, de reivindicaciones, de salarios, entonces pegó muy fuerte y era como entrar a trabajar y no hablábamos. Nos mirábamos, pero no queríamos ni comentar qué es lo que había pasado, esto es muy personal, no es ningún análisis histórico, pero tener que volver a trabajar fue espantoso. 

Como algo que te lo borraron así de un plumazo. Te borraron todo como vos habías estructurado la vida también, porque los militantes la estructuramos en torno a las cosas que tenemos que hacer. 

-Decías que cuando fue el Golpe de Estado no había dimensión de lo que significaba, no era algo que se hubiese vivido. 

Yo lo miro desde el punto de vista de la edad de uno, de veintipico de años, yo como estudiante sabía las cosas que pasaban en Brasil, sabía lo que significaba el fascismo, pero el común de la gente no. En un gremio que, ya te digo, creo que si había tres que habíamos hecho el liceo en la curtiembre era mucho. (Sin embargo) tenía compañeros que golpeaban con los puños las paredes que decía «no puede ser que nos desalojen, tenemos que seguir peleando» y había que convencerlos que no, que no se podía, que nos iban a masacrar. 

Fue horrible. 

-Mirándolo en perspectiva, ¿qué pensás de esa Huelga General?

Pienso que haber hecho la Huelga fue el fundamento de que nosotros hiciéramos en el año 83 la movilización enorme que se hizo cuando habló Candó. Sin la Huelga General, son frases hechas, pero, realmente, la herimos de muerte. 

Nos costó y nos cuesta porque las espinas están ahí, las tenemos, las del fascismo, metidas todavía.

Mirándolo hoy, hasta para el mundo entero, porque fue un pueblo, porque fueron los trabajadores, pero también los fueron los estudiantes, los profesores, en la Curva de Maroñas, enfrente de lo que ahora es el Disco, había un campo y daban clase los profesores del liceo. Se hicieron tantas cosas y todo eso quedó marcado. 

Creo que recién ahora, a los cincuenta años, es que se le está dando la trascendencia que va a tener mucho allá porque si vos mirás en la historia de nuestra clase obrera y nuestras organizaciones, es una lucha que creo, como pocas. 

Te puedo decir es que no me arrepiento de nada, de nada de lo hice, que tendría que haber hecho más capaz, porque hubo quienes dejaron el cuero en la estaca, pero lo que me tocó traté de convencer a otros y explicar, en la medida de mis posibilidades, estas cuestiones y siempre estando al lado de los trabajadores. 

Era lo que nos tocaba y a los compañeros de la dirección de la CNT la verdad los tengo muy en alto. 

Foto de portada:

Asamblea y pancarta en textil ocupada. Foto Archivo de El Popular.

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