Tan ilustrados como indiferentes

Si José Gervasio Artigas reviviera quedaría profundamente decepcionado por el comportamiento de los orientales del Siglo XXI; aquellos por los que luchó y soñó que fueran “tan ilustrados como valientes”.

Sin embargo, los tiempos que corren nos muestran graves signos de degradación cultural que nos alejan muchísimo de aquella idea, y nos instala en una incómoda posición donde el egoísmo, la indiferencia y la propia violencia que dicen combatir, son instrumentos a los que se apela recurrentemente, agravando aún más el problema.

Son algunos de los modernos orientales, impregnados de consignas equivocadas, alejados de toda ilustración y mostrándose cobardes antes que valientes. Ganaron por muy poco una elección y eso les bastó para envalentonar las hordas con arengas voluntaristas y huecas que, lejos de terminar con el recreo, fomentan el odio y aumentan las diferencias.

Ni ilustrados ni valientes, la indiferencia –junto a la violencia- hace parte de un triste cóctel que nos alejan de aquella imagen que soñó el Jefe de los Orientales…

Atrás no hay lugar… para la locura

El video se viralizó rápidamente y bastó para darle un baño de realidad a la falsa modestia de los modernos orientales. Atrás, bien atrás en el tiempo, queda la imagen del uruguayo humilde, educado, generoso, solidario; un simple video bastó para mostrarnos de forma descarnada tal como somos: egoístas, indiferentes y permeables a consignas populistas con las que nos están degradando de forma consciente.

Porque no hay otra explicación que justifique la indiferencia que siguió al exceso de una policía y un guarda de una empresa de transporte interdepartamental que no tuvieron mejor idea que bajar a los empujones a un joven que sufría una alteración siquiátrica evidente. No había que ser médico ni muy ilustrado para advertir que aquel joven estaba padeciendo una crisis que lo dejaba expuesto y totalmente indefenso.

Es cierto, pudo representar un peligro para la integridad física del resto del pasaje, también es cierto que hasta podía entenderse que representaba un peligro para sí mismo, y esa parte nadie la contempló… nunca. En lugar de reducirlo y protegerlo de sí mismo y del resto del pasaje, se optó por “solucionar” el conflicto (¿?) bajándolo en medio de la ruta y dejarlo abandonado a su propia suerte. Esa actitud egoísta e insensible, configura -por lo menos- una omisión de asistencia; pero nadie lo vio como una víctima, nunca. Por el contrario, hubo una silenciosa y cómplice unanimidad de considerarlo un riesgo para el pasaje, quienes seguramente antepusieron su interés por llegar a destino antes que pensar por un instante en el presente y futuro inmediato de una persona en plena crisis emocional, librada a su suerte.

Y como no podía ser de otra manera, hubo tiempo para la filmación, esa acción que nos invita a la fama y existencia virtual más allá de todo interés por el prójimo. Nos mueve el morbo y hacia allá vamos. Si hasta se podía imaginar la cantidad de “likes” que conseguiría aquella primicia que dejaría a las redes ardiendo gracias a la inédita producción audiovisual.

En eso nos hemos convertido.

En seres insensibles que no pueden distinguir entre un enfermo y un delincuente, aunque estoy seguro que, si hubiera sido lo segundo, habría sido reducido e impedido de todo movimiento hasta que lo derivaran a la Justicia. Pero, tuvo la desgracia de ser un simple mortal padeciendo una crisis emocional, o un brote sicótico, que lo expuso indefenso ante los paladines de la justicia por mano propia. Esos que optaron por «barrer debajo de la alfombra» (devenida en campo al costado de la ruta) para dejarlo abandonado a su (mala) suerte.

Lo que se pudo (y debió) evitar con un poco de empatía nada más, no se hizo y el riesgo latente de una persona en plena crisis como la que sufría ese joven, se consumó a pocos kilómetros del lugar donde lo abandonaron. Fue embestido en plena Ruta 1, sumando otra víctima: una conductora que no pudo evitar atropellar a quien sufría un brote sicótico.

¿A nadie le dio por pensar que dejaban en peligro a una persona que no estaba en su sano juicio? ¿Alguien, sensatamente, puede justificar que esa Policía actuó conforme a Derecho, como expresaron desde la Jefatura de San José? Una Jefatura que no solo publica lo que aprueba su Jefe (tal como lo expresó oportunamente en rueda de prensa), sino que se aferra –una vez más- a la consigna de terminar con el recreo sin medir consecuencias ni diferenciar los contextos y mucho menos, a las víctimas.

La indignación colectiva no sacó pasaje y, en su lugar, sí lo hizo la violencia. Esa que nos viene ganando por goleada y que se instala como principal instrumento antes que la razón.

La Justicia, al menos, investiga y es esperable que restituya, aunque más no sea, una parte de esa solidaridad perdida por las huestes orientales.

Algo nos está pasando, la indiferencia -junto con la violencia- avanzan sin que la sociedad uruguaya reaccione por recomponer esa delgada línea de solidaria consideración por el prójimo.

el hombre miraba,

el perro ladraba una reacción…

Fernando Gil Díaz – «El Perro Gil

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